Una semana santa cantada
Desde hace tres meses el coro de la Catedral ensaya el tradicional concierto de viernes santo. Este año el repertorio no podía ser mas hermoso; se ha hecho una selección de las mejores partes de diferentes Réquiem (el de Verdi, el de Mozart) y también del Stabat Mater de Rossini, que es algo así como una narración del sufrimiento de María al ver a su hijo clavado en la cruz.
No vayan a creer que es triste o aburrido; es una obra preciosa llena de expresión, con un final que parece una locura cantada, bastante retadora para la interpretación coral.
Como contralto del Coro de la Catedral, este concierto me entusiasma en grado superlativo. Las piezas están tan aprendidas y ensayadas que ya puedo prescindir de las partituras pues me sé casi todo de memoria. Una de ellas, el Sanctus del Réquiem de Verdi, está escrita para 8 voces, es decir, que el coro, que normalmente está compuesto por cuatro grupos de cuerda (sopranos, contraltos, tenores y bajos) en esta pieza se divide en dos coros y el efecto del contracanto es celestial.
Como es a un ritmo bastante aceleradito (allegro, diría Verdi) resolví aprendérmelo de memoria porque me estaba volviendo loca leyendo tantas corcheas y contando silencios -un, dos, un, dos, un, dos- para no entrar a destiempo.
Hay otra, el final del Stabat Mater de Rossini, que sinceramente, parece un pleito entre marido y mujer. No digo que sea feo, sino que parece la narración de un episodio histérico con sus etapas de llanto leve, gritos amenazadores y arrebatos desesperados. Lo gracioso es que el nombre, "In sempiterna saecula, amen", quiere decir en latín “por los siglos de los siglos, así sea”. Ya sé que la obra representa el final de la muerte de Cristo, pero a mi nadie me quita de la cabeza que el ocurrente de Rossini (que era todo un personaje, prometo algún día contarles) se inspiró en un pleito telúrico con su mujer cuando estaba escribiendo el asunto.
En fin, que este viernes santo el repertorio está tan animado que no tendré que hacer como en años anteriores, que de tanta santidad, tenía que salir de los conciertos a beber vino y a poner a Chavela Vargas o a una de esas andaluzas que cantan tan bien al pecado………..pa´ equilibar!
No vayan a creer que es triste o aburrido; es una obra preciosa llena de expresión, con un final que parece una locura cantada, bastante retadora para la interpretación coral.
Como contralto del Coro de la Catedral, este concierto me entusiasma en grado superlativo. Las piezas están tan aprendidas y ensayadas que ya puedo prescindir de las partituras pues me sé casi todo de memoria. Una de ellas, el Sanctus del Réquiem de Verdi, está escrita para 8 voces, es decir, que el coro, que normalmente está compuesto por cuatro grupos de cuerda (sopranos, contraltos, tenores y bajos) en esta pieza se divide en dos coros y el efecto del contracanto es celestial.
Como es a un ritmo bastante aceleradito (allegro, diría Verdi) resolví aprendérmelo de memoria porque me estaba volviendo loca leyendo tantas corcheas y contando silencios -un, dos, un, dos, un, dos- para no entrar a destiempo.
Hay otra, el final del Stabat Mater de Rossini, que sinceramente, parece un pleito entre marido y mujer. No digo que sea feo, sino que parece la narración de un episodio histérico con sus etapas de llanto leve, gritos amenazadores y arrebatos desesperados. Lo gracioso es que el nombre, "In sempiterna saecula, amen", quiere decir en latín “por los siglos de los siglos, así sea”. Ya sé que la obra representa el final de la muerte de Cristo, pero a mi nadie me quita de la cabeza que el ocurrente de Rossini (que era todo un personaje, prometo algún día contarles) se inspiró en un pleito telúrico con su mujer cuando estaba escribiendo el asunto.
En fin, que este viernes santo el repertorio está tan animado que no tendré que hacer como en años anteriores, que de tanta santidad, tenía que salir de los conciertos a beber vino y a poner a Chavela Vargas o a una de esas andaluzas que cantan tan bien al pecado………..pa´ equilibar!
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